ALDEA POTEMKIN
Israel Torres Hernández
“El papel aguanta todo lo que le pongan, aunque sea de luto”.
“Oh Zapotlán el Grande, deja que yo corra el velo de tu historia. Algo así por el estilo”. Al parecer ésa fue la intención del editor, actor y escritor mexicano Juan José Arreola (1918-2001) al narrar lo acontecido en su ciudad natal (hoy llamada Ciudad Guzmán). Para ello escribió su única novela “La feria” (1963) considerada por la crítica como la que mejor resume su obra, al integrar los 288 fragmentos con un estilo costumbrista. Cada narración capta al lector porque mezcla el drama y el humor negro de forma ágil. Estilo por el que, en los años ochenta, dirigió la serie “Aproximaciones” para Imevisión, fue comentarista en Televisa para el Mundial México 86 y los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y condujo el programa “Arreola y su mundo” para Cablevisión en 1990. Enseguida algunos relatos para interesar al público sobre la personalidad del autor y el libro en cuestión.
Para la una sesión de intercambio cultural fue invitado un historiador de Sayula. Por sus antecedentes (hombre de edad, costumbres moderadas y honra al indagar en archivos regionales) la comunidad cultural lo llamó para leer una de sus obras cuyo título fue “La traición y los traidores de Zapotlán el Grande durante las guerras de Independencia y de Reforma, capítulo décimo primero de la Historia General de las Provincias de Ávalos, desde su descubrimiento hasta nuestros días”. Su sentencia era: Zapotlán no ha sido en toda su historia más que un semillero de cobardes y traidores. ¿Quiénes del auditorio, entre ofendidos y abrumados, soportaron el veredicto del cronista tras volver la luz de la sala que se “apagó” de improviso?
Un vecino fue a confesar un pecado grave ante el sacerdote: leyó unos libros. Uno era “Conocimientos útiles para la vida privada” y el otro “Historia de la prostitución”. Lo peor fue que tenían dibujos acorde a los temas. El cura preguntó quién se los prestó. La respuesta fue que estaban en un solo libro, con pasta colorada, los había encontrado en la troje de la casa, entre las cosas de un tío muerto y no de su papá. Para “salvar” a esa alma, el cura dijo que se los llevara a la sacristía al día siguiente. ¿Para qué los querría el sacerdote sino para quemarlos tras imponer la penitencia de cinco rosarios?
Pese a su pintoresquismo en Zapotlán el Grande hubo condena al folclor musical. El motivo fue una serie de incidentes graves después que cincuenta “léperos” cantaron la letra siguiente: “Déjala güevón, ponte a trabajar, llévala a bañar, cómprate jabón”. Hubo peleas entre novios, esposos y gente de respeto con quienes entonaban la copla. Por lo cual algunos aprendieron a zapatear el ritmo para incomodar más a los vecinos. ¿Se molestarían otros habitantes si, acompañados, escucharan otra canción popular que decía “A la Trini le gusta el atole, el atole le gusta a la Trini”?
Por último, “La feria” es el retrato literario de cualquier población rural de México. La fiesta patronal de San José es la base para hilar todo: desde la fundación de Zapotlán el Grande en el siglo XVIII, la demanda de tierras y el premura del reparto, la música de una banda, el paso de grupos revolucionarios hasta los solterones, la zona de tolerancia, los temblores, la quema de fuegos artificiales y una vela de veinte onzas. La única ciudad en que pasaría lo mismo que Juan José Arreola escribió sería la Aldea Potemkin, tan típica como la tienda de la esquina.