Puebla. México

Un calor tenía, que quemaba la piel

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ALDEA POTEMKIN

 

Israel Torres Hernández

 

“Un calor tenía, que quemaba la piel, quemaba por dentro, como una hoguera”.  

 

“Cuando renace la llama del amor de una brasa dormida en las cenizas del pecho”. Expresión que resume la trama de la novela multipremiada “Gabriela, clavo y canela” (1958) del escritor brasileño Jorge Amado (1912-2001). Con una trayectoria amplia, en esta su décima obra hizo una crónica de estilo costumbrista, situada alrededor de los años veinte, del municipio de Ilhéus, del estado de Bahía, en el sur de Brasil, en la que aparecen numerosos conflictos, testimonios, personajes y territorios derivados del intento de progreso material y espiritual de una región dedicada al cultivo del cacao (del que fue productora mundial hasta los años ochenta). Dada la popularidad alcanzada al ambientar y denunciar con éxito otras historias en la ciudad fueron construidos un aeropuerto, auditorio, museo, avenida y arena deportiva nombrados en honor al autor. Por lo cual estos elementos servirán para analizar el relato.  

          ¿Quién es Nacib, uno de los protagonistas? Hijo de Aziz y de Zoraya, hermano de Salma (seis años mayor), Nacib Achcar Saad, de treinta tres años, comerciante, “nacido” en Ferradas, registrado en Itabuna. De bigotes negros de sultán destronado, que le descendían por los labios y cuyas puntas retorcía al conversar. Dueño del Bar Vesubio y del Restaurante del Comercio. Con pretensiones de terrateniente del cacao. De buen comer -platos picantes- y beber -cerveza fría-. De rostro gordo y bonachón, ojos desmesurados. Boca golosa, grande y de risa fácil. Enorme, alto y gordo, cabeza chata y abundante cabellera, vientre muy desarrollado, “una barriga de nueve meses”. Así defendió su origen: “Todo lo que quiera, menos turco. Brasileño, hijo de sirios, gracias a Dios”.

          ¿Quién era Gabriela, la otra protagonista? “Registrada” como Gabriela da Silva, de veintiún años, empleada doméstica, nacida en Ilheús. Cabellera suelta, rostro delicado, piernas altas, busto esbelto, pies andariegos. De risa tímida y clara, su voz diciendo “mozo lindo”, el morir nocturno en sus brazos, la hoguera de sus piernas. Cocinera buena, con amor al trabajo y sentido de la economía. Parecía adelantarse a pensamientos y deseos. Hecha de canto y danza, de sol y luna; era de clavo y canela. Otro personaje expresó el porqué de su importancia: ¿Cómo vivir sin el calor de Gabriela?

          ¿Cómo es Ilheús? En los años veinte es una comarca sureña dedicada al cultivo del cacao, que le dio gran prestigio, y atrajo a numerosos foráneos y problemas. Era “el tiempo de los coroneles” (caciques) quienes dominaban por su poder económico y político, en tanto el pueblo se divertía con bailes y fiestas. Una de las afrentas mayores, motivo de chismes, era la infidelidad, que era castigada con la muerte de los culpables. Un habitante comentó: “se decía que quien llegaba no partía nunca más. Los pies se pegaban en la miel del cacao, quedaban presos para siempre”.

          Por último, la novela es famosa al confrontar la ausencia del amor verdadero. Pese a un engaño los protagonistas volvieron porque se necesitaban. “Por eso mismo el amor es eterno. Porque se renueva. Terminan las pasiones, es el amor el que permanece”. La diferencia para Nacib y Gabriela fue ser cómplices, más allá del placer. Consumirse en una equivocación, y no ser resiliente para superarla, es poblar la Aldea Potemkin.

Aldea Potemkin, Israel Torres Hernández

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