Puebla. México

Y no hay refugio para el tiempo muerto

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ALDEA POTEMKIN

 

Israel Torres Hernández

 

“Y no hay refugio para el tiempo muerto”.  

 

“Yo también te quiero, Susana, añadió Eligio, radiante, te quiero con toda el alma”. Frenético es el cierre de “Ciudades desiertas” (1982), sexta novela del recién fallecido escritor José Agustín Ramírez (1944-2024) incluido en “la literatura de la onda” junto a René Avilés Fabila, Gustavo Sáinz y Parménides García Saldaña según Margo Glantz. El texto narra los contratiempos matrimoniales del actor Eligio y la escritora Susana en sus andanzas entre México y los Estados Unidos; situación parecida a la que vivió el autor en su primer casamiento con Margarita Dalton en 1961. Pese a estar juntos por siete años, la pareja se enfrentó a vicisitudes que probaron el porqué de su relación. Al final hallaron la fórmula única para que pudieran salvarse. Con estilo marcado de la narrativa teatral, por los diálogos, la historia fue llevada al cine, con dignidad, con el título de “Me estás matando, Susana” por el director Roberto Sneider en 2016. Declaración ampliada en los elementos siguientes. 

          ¿Quién es Eligio? Actor de teatro, de familia oaxaqueña, nacido en Chihuahua, buen bebedor, “no tenía un solo vello en el cuerpo, o casi, era indio declarado: prieto, lampiño, pero era demasiado externo, estallidos de carcajadas, estridencia continua… de grandes ojos negros, nariz recta y boca llena cuya risa contagiaba porque nunca se inhibía, cuya mirada resplandecía como hilera en brasas… el hombre del carisma”. Resumido en sus palabras en una conversación: “ya sabes ¡contra la corriente siempre!”

          ¿Quién es Susana? Al ser becada por cuatro meses en el afamado programa de creación literaria de la Universidad de Arcadia, en Estados Unidos, abandonó de repente a Eligio porque “era su liberación”. Tuvo muchas comodidades para encaminarse como gran escritora (dinero suficiente y ambiente intelectual). Este enredo aumentó al relacionarse con el poeta polaco Slawomir. Después se escapó a Nueva York, París, Londres y Barcelona antes de regresar con su esposo y darle una sorpresa. Su poema la describe: “estás ahora tan lejos sonriendo con amargura con una lágrima pura donde habitan mil espejos… cuántas miradas eternas se perdieron en mi mundo”.

          ¿Cuáles son “las ciudades desiertas”? Por un lado, Arcadia es la proyección de Susana. Lejos del bullicio de Chicago, la localidad más próxima, la sede del programa literario ofrecía el tiempo para dedicarse a escribir, lo pertinente de la nieve para estar en casa, el único sobresalto del partido de futbol americano y la formalidad del idioma. Y por el otro, la Ciudad de México como metáfora de Eligio: lo intempestivo de las calles, la animosidad de vendedores, la estridencia del tráfico; la chilanguez en pleno.  La novela empieza con la canción homónima de Cream “en estas calles oscuras el sol es negro, regresan vivos los vientos... y no hay refugio para el tiempo muerto”.  

          Finalmente, José Agustín mostró cómo adentrarse en sus ciudades desiertas. Para ello, a través de un sueño de Eligio al conocer Arcadia, indicó el transporte idóneo: “Era una especie de camioneta muy roja, con rayas amarillas y onduladas como llamaradas, con unas llantas inmensas y un diseño de carrocería, una cruza de tanque y nave espacial de la que bramaba el sonido clarísimo de un rock a todo volumen”. Considerar que “se está haciendo tarde” para poner “de perfil” en “la tumba” “al rey se acerca a su templo” es soñar con la Aldea Potemkin.

Aldea Potemkin, Israel Torres Hernández

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