La verdad más que la incertidumbre.
ALDEA POTEMKIN
Israel Torres Hernández
La verdad más que la incertidumbre.
La lucha por la memoria debe prevalecer sobre el olvido, la impunidad y el escarnio. Ése es uno de los rasgos de “Los años heridos. La historia de la guerrilla en México. 1968-1985” de Fritz Glockner Corte (Puebla, 1961). Mediante el uso de la crónica, la narrativa, la biografía, la autobiografía y la investigación documental, el autor muestra con detalles origen, desarrollo y final de numerosos grupos guerrilleros, así como de sus líderes y sus planes de acción. Asuntos que aún siguen incomodando por la vigencia de los encargados de la represión en aras de la seguridad nacional de aquellos años. Tanto así que la última pieza de ese periodo, el expresidente Luis Echeverría Álvarez, murió a los cien años sin un proceso judicial acorde a su responsabilidad en la “guerra de baja intensidad” -como Glockner la ha denominado- y no “guerra sucia”. Enseguida algunas consideraciones al respecto.
¿Quiénes eran esos guerrilleros, cuáles sus ideales, el porqué de su aparición? En su cuarto informe de gobierno, el primero de septiembre de 1974, el presidente los describió como “surgidos de hogares generalmente en proceso de disolución, creados en un ambiente de irresponsabilidad familiar, víctimas de la falta de coordinación entre padres y maestros… mayoritariamente niños que fueron de lento aprendizaje; adolescentes con un mayor grado de inadaptación en la generalidad, con inclinación precoz al uso de estupefacientes en sus grupos con una notable propensión a la promiscuidad sexual y con un alto grado de homosexualidad masculina y femenina”. Declaración que ratificaba el conocimiento nulo de las autoridades hacia las inquietudes de quienes tomaron las armas para protestar por la represión desde octubre de 1968.
¿Cuáles fueron las entidades y quiénes los encargados de la seguridad nacional? Desde las policías municipales, estatales y judiciales hasta el ejército, la Brigada Blanca y la Dirección Federal de Seguridad investigaron, persiguieron, torturaron, asesinaron y desaparecieron a cientos de guerrilleros y sus familiares con los métodos más brutales. Según Glockner, en México fueron usados por vez primera “los vuelos de la muerte”, replicados y ampliados por las dictaduras militares de Argentina, Chile y Uruguay. Echeverría le dijo al autor en octubre de 1997 “yo mandé al ejército a la sierra para que le rompiera la madre a Lucio Cabañas”.
Personas, agrupaciones y edificios se entrelazaron en ese contexto estrambótico. Los represores Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro, los maestros rurales Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos, doña Rosario Ibarra de Piedra y el grupo Eureka, los guerrilleros Napoleón Glockner Carreto y Julieta Glockner Rossainz (padre y tía del autor), las cárceles de Lecumberri y Oblatos, el Campo Militar Número Uno, la Liga Comunista 23 de Septiembre y las publicaciones “Madera” y “¿Por qué?” Todos son pruebas fehacientes de la necesidad de recordar aquellos años heridos.
Por último, el libro tiene también algo relevante: un reclamo contra la impunidad. A lo largo de sus casi seiscientas páginas el estilo del autor recrea los disputas ideológicas, las persecuciones, los interrogatorios, “las expropiaciones”, los secuestros. Además del EZLN, el cual cumple treinta años de su aparición en 2024. Si esto no fuera incómodo aún ¿por qué tanta polémica en 2019 por un tweet de Pedro Salmerón? Juzgar de antemano más que escuchar a las víctimas es habitar en la Aldea Potemkin.