ALDEA POTEMKIN
ALDEA POTEMKIN
Israel Torres Hernández
“¡Señores! Lo que hicimos ayer y anteayer se llama guerra”.
“Ellos no han muerto. Están con nosotros, con ustedes y con la humanidad entera”. Esta línea resume el argumento de “Masacre. La guerra sucia en El Salvador” (1994) –hasta el momento única obra traducida al español- del profesor universitario, escritor y periodista de los EE.UU. Mark Danner (1958) quien tiene una trayectoria amplia al investigar violaciones a los derechos humanos en Haití, los Balcanes, Irak y Centroamérica. En esta última región tuvo la oportunidad de revisar un episodio muy controvertido: la matanza en la zona del Mozote y aldeas aledañas (Cerro Pando, La Joya, Poza Honda, Toriles y la Capilla) en diciembre de 1981. Para lo cual viajó a El Salvador en 1992 y a otros lugares más completar y precisar informaciones al respecto. A continuación unos testimonios sobre el libro que merecería una película o una serie.
Rufina Amaya, una sobreviviente, narró así la desaparición de su familia. “Entonces oí a uno de mis niños chillar. Mi hijo, Cristino, gritaba: ¡Mamá, ayúdame! ¡Van a matarme! ¡Ya han matado a mi hermana! ¡Y me van a matar! ¡Ayúdame! No sabía qué hacer. Estaban matando a mis hijos. Si volvía para ayudarlos, sabía que me despedazarían, pero no podía soportarlo, no podía con ello. Temía acabar gritando, chillando, volviéndome loca. No podía soportarlo y le rogué a Dios que me ayudara. Le prometí que si me ayudaba le contaría al mundo lo que aquí pasó... Me arrastré un poco más entre los pinchos, cavé un pequeño hoyo con las manos y metí la cara en él para poder llorar sin que nadie me oyera. Todavía oía a los niños gritar y me quedé ahí, con la cara metida al hoyo, llorando”.
“El Chepe Mozote”, un niño así identificado, describió lo ocurrido en su aldea. “Los soldados estaban atando cuerdas a los árboles; yo tenía siete años y no entendía hasta que vi a uno de los soldados coger a un crío que debía tener unos tres años, lanzarlo al aire y apuñalarlo con una bayoneta. Les cortaron la garganta a varios niños y a muchos otros los colgaron de un árbol. Para entonces, todos estábamos llorando, pero éramos sus prisioneros, no podíamos hacer nada… Vi cómo colgaban a mi hermano. Tenía dos años. Me escabullí entre los soldados y me metí en unos arbustos. Dispararon, pero ninguna de las balas me alcanzó”.
El autor alude al testimonio de la tropa sobre una víctima en la aldea de la Cruz. “Los soldados hablaron de una niña a la que habían violado repetidamente, cantaba himnos y extrañas canciones evangélicas. Allí tendida en el suelo, con la sangre brotando de su pecho, siguió cantando, de forma más débil que antes. Y los soldados la miraban y la señalaban. Cansados del juego, dispararon de nuevo y ella siguió cantando y su asombro empezó a convertirse en miedo, hasta que, finalmente, desenvainaron los machetes y le cortaron el cuello y, por fin, dejó de cantar”.
Por último, la crónica ubica a los asesinos y muertos de la “Operación Rescate”. Un mérito del autor es ampliar su primer acercamiento al tema, el reportaje “La verdad sobre el Mozote” en 1993 en The New Yorker. Además de vivir una guerra en dos frentes. Por un lado, las averiguaciones de otros colegas, de varias ONG´s, Comisión de la Verdad de ONU y el equipo argentino de antropología forense; y por el otro, versiones de CIA, ejército y autoridades salvadoreños, embajada y gobierno de EE.UU. Si Reagan olvidó a más de 900 víctimas, Aldea Potemkin insiste en reconocerlos.